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R. Meir

Protagonistas del Talmud:
Rabi Meir

Detrás de muchas de las opiniones anónimas del Talmud se encuentra Rabi Meir. Y en su historia de vida, llena de méritos y también de sufrimiento, está la razón de que tantas de sus enseñanzas no figuren bajo su nombre.


En su juventud, víctima de la persecución del emperador Adriano, R. Meir tuvo que vivir durante un tiempo fuera de la tierra de Israel, y sufrió a manos de los romanos la pérdida de su suegro y el secuestro de su esposa, a quien logró rescatar.


Años después, ya en la tierra de Israel, sobrevivió a dos de sus hijos y a su esposa Beruria, una gran estudiosa de la Torá y una de las pocas mujeres que participan de las discusiones del Talmud.


R. Meir era un gran estudioso de la Torá, pero también se interesaba por las ciencias griegas. Podemos decir que era el mayor conocedor de la halajá en su época, y era capaz de razonar con ella hasta las últimas consecuencias. De hecho, era tan inteligente, que a los demás les costaba entenderle, y por eso muchas veces perdía la discusión. Para cada debate, tenía cientos de argumentos lógicos a favor y cientos en contra; entonces al final de su explicación, ¡sus alumnos no entendían si había que estar a favor o en contra!


Le gustaba plantear ejercicios difíciles para que sus alumnos practiquen su capacidad de razonar, y para eso imaginaba situaciones improbables que complicaban la aplicación de la halajá. Por eso, cuando murió y sus alumnos tuvieron que buscar otras yeshivot donde continuar estudiando, su rival R. Yehuda bar Ilay no los quiso aceptar en la suya, "porque en vez de estudiar se la pasan haciendo preguntas que no tienen respuesta".


Pero R. Yehuda bar Ilay no fue el único que tuvo celos de la inteligencia de R. Meir. Desde la época del Segundo Templo, la mayor autoridad del pueblo de Israel era el Sanhedrín, un tribunal compuesto por los sabios más destacados de su generación. R. Meir ocupaba un puesto de mucha importancia en el Sanhedrín; su autoridad estaba sólo por debajo de las del Presidente y el Juez.


Un día, el Presidente decidió que cuando él mismo entrara, todos debían ponerse de pie, pero cuando entraran los siguientes, solo debían ponerse de pie quienes estaban sentados en las primeras filas. R. Meir se enojó mucho con la decisión, porque era un ataque a su honor. Entonces, empezó a plantearle al Sanhedrín preguntas de halajá tan complicadas que ni aun el Presidente sabía resolver; solo R. Meir podía, y así demostraba que era más inteligente y sabio que él y por lo tanto se merecía su respeto.


Pero el Presidente descubrió su plan y lo castigó. Primero lo expulsó del Sanedrín, y luego quiso reincorporarlo pero con la condición de que sus dictámenes no llevaran su nombre. Pero R. Meir continuó avergonzando al Sanedrín con sus preguntas, y finalmente el Presidente resolvió expulsarlo de la Tierra de Israel.


R. Meir tuvo que regresar a vivir a Asia Menor, donde había nacido y donde falleció. Al final de su vida, todos sus colegas y discípulos le hicieron grandes honores y reconocieron que no hubo en sus tiempos otra persona igual, en sabiduría y también en carácter.

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