¿Se puede hacer teshuvá bailando?

Si exploramos los hechos históricos que dieron lugar a las fiestas que venimos celebrando las últimas semanas, descubriremos una de las ideas más conmovedores que definen la relación de Dios y el pueblo de Israel.
Mucho se habla del pecado del Becerro de Oro, pero poco se comprende de su increíble gravedad. Dios saca al pueblo de Israel en medio de maravillas y milagros, les abre el mar, los conduce por el desierto en medio de Nubes de Gloria y les da la Torá. Su posesión más preciada. Cualquier acto de infidelidad por parte del pueblo de Israel sería lo más descabellado que uno podría imaginar.
Sin embargo, eso fue precisamente lo que ocurrió: Israel fabricó un becerro de oro que quisieron convertir en su guía. El Talmud ilustra este comportamiento con el caso de una mujer que se acaba de casar y que, aún estando bajo el palio nupcial, traiciona a su marido con otro hombre.
La conclusión obvia es que simplemente no hay modo de perdonar una traición de esa magnitud. Sin embargo, Moshé se aventura a lo imposible, vuelve a ascender el Sinaí, y, después de suplicar durante cuarenta días y cuarenta noches, su ruego es escuchado: Dios cambia las reglas del mundo y crea trece canales espirituales que literalmente "extraen energía" del Mundo Venidero donde la bondad divina no tiene límites (pues, como dijimos, en este mundo no existe el poder para perdonar un pecado como el cometido por Israel con el becerro de oro), y de esa forma el pueblo de Israel es perdonado. Aquel día fue el primer Iom Kipur de la historia. Dios perdonó milagrosamente al pueblo de Israel y, además, les volvió a entregar la Torá.
La misericordia divina que cada año despierta el día de Iom Kipur ha quedado para siempre, y por eso no hay un día tan bueno y alegre como Iom Kipur. Nuestros Sabios destacan que en el momento en que este día está terminando y se reza la impresionante plegaria de “Neilá” (lit: ‘momento de cierre de los portones celestiales’) la espada giratoria que obstruye el camino de regreso al Árbol de la Vida en el jardín del Edén se detiene. No existen adjetivos para explicar el cambio que uno puede lograr en Iom Kipur.
Pero el asunto no acaba aquí.
Pese a la dicha indescriptible que el pueblo de Israel experimentaba en aquel momento, había algo que evidentemente ya no podrían recuperar. Las Nubes de Gloria que acompañaban y protegían al pueblo en su travesía por el desierto se habían retirado después del pecado del becerro. Aquellas nubes eran el símbolo del lazo de amor eterno de Dios. Iom Kipur había traído el perdón, pero no a las Nubes de Gloria de regreso. Dios había perdonado por completo a la desvergonzada novia infiel, no le guardaba ningún rencor, e incluso le había confiado nuevamente Su posesión más preciada, la Torá. El Novio fue capaz de perdonar a la novia que lo traicionó bajo el mismo palio nupcial. Pero era obvio que nunca podría a tomarla de nuevo como esposa. Cinco días después de Iom Kipur, el campamento divisa algo a lo lejos…
¿Es posible? ¿Estamos soñando? La imagen se hacía cada vez más nítida. Algo empezaba a bajar del cielo… Sí, las Nubes de Gloria estaban regresando, rodeando y cubriendo el campamento de Israel. Se había producido un segundo milagro, aún mayor que el del perdón divino a la gran ofensa de Israel. El mensaje de Dios era claro: “No solo los he perdonado. Mi amor por ustedes no ha cambiado, y así será por toda la eternidad”.
Pero, en realidad, el vínculo eterno con Dios no únicamente se había recuperado, sino que incluso se había fortalecido. ¿Cómo? Porque el amor del reencuentro después del distanciamiento es más poderoso que el de una relación de amor estable y sin sobresaltos. Alguien dijo una vez que cuando a una madre se le pregunta con qué hijo se encuentra más conectada, la respuesta suele ser: con el que no está o con el que se halla gravemente enfermo. Cuando ese hijo vuelve (o se cura), el amor y la alegría de los padres es de otra naturaleza.
Todo lo que dijimos arroja una nueva luz sobre la comprensión de la festividad de Sucot: cuando nos sentamos en una sucá, el amor del retorno de las Nubes de Gloria que regresaron redespierta en toda su magnitud.
Como vemos, y tal como anticipamos al principio, la historia de los hechos que dan lugar a estas festividades constituye uno de los momentos más conmovedores del pueblo de Israel y su relación con Dios.
Pero aún no finalizamos.
Si nos preguntaran si se puede subir aún más en nuestra relación de amor con Dios, la respuesta seguramente sería que no, y que en la festividad de Sucot hemos alcanzado la cúspide de todo lo que uno puede imaginar.
Sin embargo, nos ha quedado algo en el tintero: Simját Torá, la festividad final de este período. Esta celebración de un solo día suele equivocadamente suele ser vista como parte de la festividad de Sucot. Pero Simjat Torá es una festividad por sí misma. De hecho, en ella recitamos la bendición que decimos al principio de cada nueva festividad, “Bendito… que nos mantuviste con vida, y nos sostuviste, y nos hiciste llegar a este momento”.
Curiosamente, no hay ningún hecho en la historia por el cual celebremos esta festividad. No solo eso, sino que tampoco hay ningún precepto que se nos pida cumplir ese día… Intentemos comprender qué es Simjat Torá:
La Torá denomina a esta festividad: עצרת (atzeret). Uno de los significados de este término es ’retener’, y Rashi explica la forma en que esta palabra define festividad de Simjat Torá usando este ejemplo: una vez rey invitó a sus hijos a un banquete que duró algunos días. Cuando llegó el momento en que tenían que irse, él dijo: “Les ruego que se queden un día más conmigo. ¡Es muy difícil para mí separarme de ustedes!"
En Simjat Torá Dios nos "retiene", y nos pide que nos quedemos un día más con él. ¿Por qué? No para conmemorar y revivir algún hecho histórico, no para que cumplamos determinada mitzvá, sino simplemente porque nos quiere. El amor verdadero no depende de nada. Es “porque sí”.
Curiosamente, no conmemoramos Simjat Torá estudiando Torá (eso lo hacemos en una festividad especial aparte: Shavuot). Y la razón es que, si la celebráramos estudiando, entonces habría una división entre quienes la estudian y quienes no la estudian. Pero en Simjat Torá no hay divisiones. Es más: durante la celebración principal de este día, las hakafot, ni siquiera desenfundamos el rollo de Torá, sino simplemente… ¡bailamos con ella!
En Simjat Torá caen todas las barreras. No hay tiempo, no hay mitzvot, no hay divisiones entre los judíos. Es el día de todos. Es el día del más allá. Precisamente por eso es también el octavo día, después de los siete de sucot, porque el número ocho representa todo lo que está conectado con lo sobrenatural.
Es el único día del año que podemos decir que no depende de nada. Por eso, ni siquiera importa si estamos preparados o no, o si nuestro sentido de pertenencia al judaísmo es débil o si es casi inexistente. Nuestros antiguos sabios dicen que quien no buscó a Dios en todo este período de rezos y arrepentimiento, ni tampoco en los días de Sucot que simbolizan el amor eterno de Dios, puede hacerlo en Simjat Torá.
Este día constituye una oportunidad increíble y única para todos sin excepción, en el que las puertas están abiertas de par en par y el “ánimo” de Dios hacia nosotros no puede ser más propicio. ¡Qué mejor momento para empezar una nueva página en la vida y decirle a Dios, ya sea en medio de los bailes en el templo, o donde sea que nos encontremos: “Dios, quiero estudiar tu Torá”!